miércoles, 22 de febrero de 2017

Nadar

Dejé las llaves en mi buró y me acosté en la cama; me quedé un momento viendo el cielo del techo, pensando que no debería de pensar. Siempre sobrepensando las cosas, me dije.
No sé cuanto tiempo pasó hasta que mi celular sonó y me sacó del trance en el que había estado. Era la persona con la que menos quería hablar pero algo en mí hizo que contestara. Le oí la voz diciendo hola y yo contesté. Tomó un respiro que hasta este lado del telefóno se escuchó profundo para preguntarme con claridad: Entonces, ¿qué te pasa? Negué, negué tres veces hasta que hubo una cuarta en la que confesé lo que tenía adentro.

Me escuchó durante unos minutos atención y sorpresa como pude sentir y no me interrumpió hasta que yo terminé. Respiré, tomé aire y di un suspiro. Me quedé a la espera de una respuesta, palabras hasta que oí una carcajada para decirme ¿y, solo eso es?

Fue ahí, en ese preciso momento en el que yo me sonreí y no pude contenerme la risa.

Tenía razón: Yo me estaba ahogando en un vaso con agua en vez de aprender a nadar en él.

Ahora me divierto nadando y para ser sincera, hasta lo disfruto.


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