sábado, 20 de octubre de 2012

Enrique


Cansada de hacer  siempre lo mismo, decidí salir al parque cercano para despejar mi mente. Di algunas vueltas alrededor hasta que decidí sentarme. Elegí la banca donde había visto a un pequeño que, aunque no lo conocía llamó mi atención y también, de los que pasaban cerca por su carita angelical y cabello castaño. Estaba solo y parecía estar triste. Me había visto y sonreído al pasar frente a él antes.  Me acerqué más a él  y lucía preocupado. Se fijó de mi presencia, aunque volvió a sonreír, tras decirme hola, inmediatamente soltó que no sabía dónde estaban sus padres.

Interesada en ayudarle desde un principio, pregunté su nombre.
-Me llamo Enrique, dijo. Después, describió como eran sus padres y cómo vestían. Sugerí dónde podrían haber ido, pero él, contestó inciertamente. La caseta con altavoz del parque, estaba cerca, pero aún  así, de camino allí,  miramos entre la gente que iba y venía alrededor nuestro, girando la cabeza aquí y allá: No había tiempo que perder, la tarde caía, había que anunciar su pérdida rápidamente, pues el parque, empezaba a vaciarse de gente. Enrique lucía triste pero nada más. 
¿No te preocupa haberte perdido? ¿No encontrar a tus papás?, le pregunté. Contestó seguro con su boca rosada en forma de corazón, un no.
Me sorprendió su respuesta.
—No te puedo dejar acá, ¿sabes? Va a caer la noche y podría ser peligroso. Te quedarás conmigo. Mañana preguntaremos por tus papás. 
Él me sonrió y su mirada cambió: fue como que si le hubieran dado una gran noticia. Me observó fijo, como si me estuviera tomando una foto para guardarla en su mente.

Inicié el camino a casa, con él al lado mío. Caminamos en silencio, pero yo no podía evitar dejar de pensar que había algo en Enrique. No sabía qué; pero lo había. 
Al llegar a casa, le fascinó ver tantos libros.
 —iJamás había visto tantos libros; tantos estantes! ¿Los has leído todos?, me preguntó.
 —La mayoría. Pero me faltan todavía algunos, le contesté.
Él seguía fascinado. Tocaba los libros, los abría, los olía. Pasaba sus manos sobre las páginas, pareciendo que las acariciaba. Tomaba a veces, libro por libro para ver de qué trataba, iba de estante en estante repasando los títulos. 
—¿Te gusta leer? Pregunté.
 —Me encanta. Pero no he leído mucho. 
—¿No hay libros en tu casa?
 —No. Contestó rotundo.

Nadie sabía nada de Enrique: de donde venía, de donde había salido, que le había pasado... Nada. Dejándolo a gusto, fui a la cocina a prepararnos algo de comer. Luego, lo llamé a cenar.

—Enrique, dije.
—Dime "Quique", me gusta más que me llaman así.
—No creo que encontremos a mis papás, expresó en tono convencido; lo que me sorprendió. Hubo una pausa, pero después de unos momentos, mirándolo fijamente, en vez de contestarme porqué creía eso, dijo: —¿Puedes darme algo para leer? Sin pensármelo mucho, fui a un estante y extraje “El coronel no tiene quien le escriba”, que me encanta. Quique, sonriendo lo tomó enseguida. 

Lo ubiqué en cuanto pude en el cuarto de las visitas. El cuarto de baño está a la par. Duerme bien, descansa, Mañana iremos a ver si hay noticias de tus papás. Buenas noches, le deseé, mientras me dirigía al mío.  
Algo me decía que Quique era de confiar, que era un buen niño. 
Me acosté en mi cama y el techo me parecía un mar de preguntas sobre quien era este niño. Quedé dormida pensando en las respuestas.

Sonó mi alarma. Me levanté y fui a la ducha. Me cambié y fui a la cocina. Al pasar, corroboré si Quique seguía allí y así era. Decidí no despertarlo pero tras encender  la televisión de la sala, se despertó. 
—¿Tienes hambre? Pregunté. 
—Sí. 
Le serví y nos sentamos juntos a comer. 
—Leí todo el libro, dijo orgulloso—Ayer en la noche lo leí, todo. Pobre coronel... Pero lo entiendo. Yo también soy así.
 —¿Qué quieres decir?, le pregunté.
 —Como el coronel, nadie me entiende, nadie me ve y a nadie importo. Sólo ven los problemas que traigo. 
No sabía qué preguntar o qué decir. No entendía porqué decía eso...  

Me levanté.
—¿Vamos a la alcaldía?, me preguntó. La respuesta fue sí.
Al llegar, toda la gente allí, se quedó mirándonos; o mejor dicho a Quique, quien no dejaba de despertar admiración. Él sabía que hablaban de él y a veces sonreía. Yo me daba cuenta, pero no hacía mucho caso, sólo seguía caminando. 
—Señorita, quisiera saber si han preguntado o han reportado niños perdidos. Desde ayer, busco a los papás de este niño.- Le dije a la muchacha excesivamente maquillada y que, aunque acababa de llegar, parecía querer marcharse ya. 
-No. Por lo menos, no que nos hayan venido a avisar. No tenemos ni un papel ni recado de la caseta, contestó.
Me quedé pensando  qué hacer. Preocupada pensé ¿Cómo era posible que unos padres no buscaran a su hijo? 
Enrique vió mi cara de angustia. 
—¿Estás bien? No tienes que preocuparte por mí. 
Lo último lo dijo sin ninguna intención, sin sentirlo.

Pasaron dos días y nada. Ningún aviso, ninguna noticia. Pasó una semana, semana y media y absolutamente nada. Era como si Quique no tuviera a nadie, aunque estaba tan calmado y sereno como si nada. Sólo sus ojos, de color miel y grandes, a veces parecían preguntar y responderse a sí mismo… con sus cejas casi rubias enmarcando los hermosos ojos. Sus manos, pequeñas y rasguñadas aquí y allá –decía tener un gato que era más que suyo era de la vecina-, hablaban de que pertenecía a alguna parte.

Llevaba una mochila que cuidaba que nadie le tocara siquiera. Se molestaba cuando alguien intentaba hacerlo, como ocurrió cuando mi encargada de la limpieza lo hizo una vez arreglando su cuarto. Así, una noche, recordando el incidente al estar cenando, pregunté qué llevaba en ella. 
-Lo que pude meter en ella y  la ropa -suficiente para dos semanas- Supe cuando me enseñó su contenido.

En esa semana, hablamos mucho de lo que nos gustaba y lo que no; de cómo son  las personas cuando mienten, de los lugares que nos gustaría conocer; de lo que nos gustaba comer y lo que no... pero seguía sin saber mucho de él, pues se negaba a hablar de donde venía o cosas más personales. En su mirada, siempre se veía que estaba triste. 
Una tarde, charlábamos acerca de “Alicia en el País de las Maravillas”, cuando tocaron a la puerta. Era la policía que venía a llevarse a Quique. Al protestar por qué, respondieron que debía acompañarlos también. Tomé un suéter para él y otro para mí, sin hacer más preguntas, mientras él me veía con una cara de ¿Qué es lo que he hecho ahora?, y yo le respondía con la mía de ¡No tengo idea! 

  


*                         *                         *



Jamás me lo hubiera imaginado: Unas constancias médicas aseguraban que Quique tenía problemas mentales y que los estudios a los que lo habían sometido, explicaban que el chico carecía del sentimiento a ser feliz ¿Ser feliz? pensé yo, eso debía ser una mentira. ¿Cómo alguien puede carecer de esto, o no va a saber lo qué es ser feliz? Otra carta escrita por su madre decía ya no quererlo; por no saber qué más hacer con él. Quique no había escuchado, era mejor así. Era mejor que se quedara afuera esperando. Tampoco me preguntó nada cuando me vio. Regresamos a casa.

Quería decirle muchas cosas cuando me senté a la mesa del comedor, mientras él, miraba la televisión. Intuyendo mis preguntas, caminando a donde yo estaba:
—Ya sé qué es lo qué te dijeron.... No tienes porqué ocultármelo. Siempre lo he sabido. Por eso mis papás no me querían.
—No digas eso. 
—Pero es cierto. ¿Qué tipo de papás dejan a sus hijos en el parque? ¿Quién? Dime. 
—Ellos no te dejaron el parque, tú fuiste el que se perdió. Dije.
—iNo mientas! iNo me mientas! iEllos me dejaron ahí, yo los escuché un día antes! ¿Crees qué ha sido fácil ser así como yo soy? ¿Sabes cuántos problemas he tenido?  iQuiero ser feliz y no puedo! iNo puedo! ¿Qué acaso soy anormal? He visto personas que son infelices pero no siempre, he visto que tienen momentos de felicidad ¿Pero yo? ¿Yo? iA nadie le interesa en este mundo! Dijo Quique, llorando por fin.
Me levanté para abrazarlo y siguió llorando sobre mi hombro. —¡Quiero ser feliz! ¡Quiero ser feliz! ¡Quiero ser feliz!.... Repetía al hacerlo.
—Tal vez no has estado con las personas correctas para ser feliz.
—¿Sabes? Una vez alguien así me lo dijo. Lo conocí cuando me hacían unas pruebas en el centro psiquiátrico.... —Me sorprendí ¿Centro psiquiátrico? Lo vi tratando de disimular. No quería mirarlo admirativamente o con lástima, pero no podía mirarlo de otra manera—. Sí, centro psiquiátrico. Nunca estuve interno pero me hacían pruebas y exámenes para saber como era que yo pensaba, o no sé. Nunca entendí qué era, pero las personas de ese lugar eran, o por lo menos, parecían felices. No les importaba nada, hacían cuanto ellos querían y podían gritar cuantas veces pudieran. 
—Pero esas personas estaban locas, Quique.
—Sí, sí ya lo sé, pero eran felices. No me importaría estar loco con tal de ser feliz. No me importaría morirme, si así me siento feliz. No me importaría nada con sólo ser feliz.... Dijo sonriendo. Hubo una pausa. -Te elegí a tí. En medio de toda esa gente en el parque, la mejor eras tú. Te veías con tanta vida y a la vez, sin ella. Estabas completa pero al mismo tiempo, vacía y aburrida. Miré y me fijé tanto en ti que hasta sabía que aparentabas ser feliz pero no lo estabas, no del todo.... 
—Ven— y lo volví a abrazar, susurrándole al oído le dije —Te propongo algo: intentemos ser felices juntos. 







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*Esta historia la escribí para el "Concurso de: Escribiendo mi Poesía y Cuento 2012" del colegio en el que estudio, ganando primer lugar en la categoría de cuento. 
Le doy las infinitas gracias a mis lectores número uno, mi mamá y mi papá. A vos mamá, por tu apoyo incondicional y a vos papi, por tus palabras.  
También, muchísimas gracias a Carlos Leiva Cea por ayudarme a encontrar el orden a mis ideas. 

Por último, gracias a todos los que me leen. No se imaginan lo bonito que es este sentimiento, G R A C I A S. 


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domingo, 12 de agosto de 2012

No lo sé... pero debería saber.


Sé que tengo meses de no escribir aquí.... Pero escribir por escribir no se me da. Escribo cuando siento, cuando me pasa algo, cuando me siento mal, cuando me quiero desahogar, cuando no quiero contarle nada a nadie, cuando me quiero escapar de este mundo para meterme al mío. 
Escribo cuando tengo y siento la necesidad de hacerlo.




*              *              *




Siempre creí que debía ser la mejor. 
Me lo creí tanto que terminé siendo egoísta y egocéntrica. 
Tenía que tratar de ser la mejor... La mejor en esta vida o la mejor en todo lo que se pudiera. 
Debía ser estereotipado aunque a veces me salía de «la raya» y le daba color a las cosas como yo las quería. 
Siempre compliqué las cosas. Siempre lo hago. 
Le busco un problema a casi todo; Hago de algo pequeño, algo enorme.
No soy perfeccionista pero soy realista. Me gusta ver las cosas como son. 
Puedo ser positiva pero lo realista y positiva no caminan de la mano; 
o se es una o se es otra... 
Así soy. 
No es que no deba cambiar, pero la cosa es que no quiero. 
Doy lo mejor que yo creo y recibo lo que no debo.

¿Acaso doy demasiado? Debería hacerme esa pregunta más seguido.
O todos deberían de preguntarse: ¿Porqué no doy mas? De esa forma, los que damos demasiado recibiríamos muchísimo más. 




sábado, 21 de abril de 2012

Monólogo de un sueño


Me desperté con un sabor dulce amargo en mi boca. No sabía si era mi aliento el que sabía tan mal o si era el sabor de lo que había soñado; Era lo segundo. Y es que, mi sueño no había sido sueño.... Había sido una pesadilla amarga de monstruos oscuros y sombras que tenían la cara de todos mis seres queridos riéndose de mí mientras me hablaban en voz dulce diciendo quererme.

Moví la cabeza para ya no acordarme de esa pesadilla pero me parecía demasiado real todavía. Me estiré, tratando de olvidar lo que había soñado pero seguía ahí conmigo. Levanté la mitad de mi cuerpo a modo de quedar sentada y me detuve a pensar viendo la pared blanca que estaba frente a mí. Creo que me quedé viéndola durante un minuto y me moví para levantarme.

Pero no me levanté. Me quedé en mi cama y era como si mi cuerpo no quisiera levantarse mientras mi mente le decía que lo hiciera. Aún así, no lo hizo... O no lo hice. Tal vez era un movimiento involuntario, tal vez quería y a la vez no. Tal vez sólo quería quedarme acostada viendo al techo tratando de encontrarle sentido a ese sueño. Y así fue. Me acosté nuevamente y me quedé viendo al techo como si la lógica de mi sueño estuviera escrita ahí. 


Sólo eramos tres: mi cama, mis pensamientos y yo. «La compañía perfecta», me dije. Exactamente eso era... Perfecta pero todavía sola. Perfecta pero sin sentido alguno. Perfecta pero sin nada de lógica. Perfecta pero sin entender el porqué. «Tal vez no tenga que entender... Tal vez así tiene que ser», pensé.

Mientras miraba al cielo del techo, tuve un recuerdo de cómo había sido esa pesadilla dulce amarga que me había dejado con miedo. Tenía miedo de que se volviera realidad, miedo a que se burlaran de mí y rieran tal chiste yo fuera... Miedo a que sucediera. «No pasará», dije. Y me lo repetí unas tres veces para creerlo. Tenía que creer que no pasaría... No podía pasar.

Parpadeé y en ese minúsculo parpadeo, ví mi sueño reflejado nuevamente: sombras y ecos de carcajadas mal intencionadas hacia mí. Blanco y negro era mi sueño... Sólo mi persona estaba de color. «Amarilla», recordé; mi color favorito. Sonreí y volví a recordar tal sueño. No sé por qué quería acordarme de ese sueño, de esa pesadilla si me daba miedo. Una voz en mi cabeza me dijo: «Porque a lo que más le tememos es lo que más debemos de hacer». Me acordé de haber escuchado eso en alguna parte alguna vez.

No había salido el sol y mis ventanas estaban empañadas. No hacía calor, hacía frío. «Tal vez es el calor de mis pensamientos», me dije y reí porque sabía que no era cierto. Creo que el reloj marcaba las 5 de la mañana y yo ahí despierta, pensando, tratando de recordar tal pesadilla o tal sueño que me había dejado en blanco y a la vez, asombrada. «Lo pensas mucho>, dijo mi cabeza. «Siempre de complicada», me dije.

Seguía viendo el techo y encontré que decía «dormite». «Estoy loca», pensé y me contestaron «Ya lo sabíamos». No sabía quien me hablaba, no sabía si era mi cabeza o si era el eco de mis pensamientos. La verdad no me importaba, no me asustaba... Ya me había acostumbrado a hablar conmigo misma y a tener conversaciones que sólo yo las entendía. «Mis propios monólogos», pensamos las tres.

Empecé a reír sin razón alguna y por mi ventana, el sol empezaba a dar sus rayos de luz. Debía dormir y debía soñar la continuación de mi pesadilla. Quería tener la continuación y saber en qué terminaba. «Duerme y veremos que pasa», dijo el eco. Quería hacerle caso pero... ¿y si soñaba algo peor esta vez? Me invadió el miedo nuevamente. «Me arriesgo... quiero saber», pensé. Cerré mis ojos y los abrí. Tenía miedo. Giré la cabeza y volví a cerrar mis ojos.



viernes, 13 de abril de 2012

Love had knocked the wrong door



I was all alone when he visited me. It was almost evening and someone was knocking the door. I didn't move, I stayed where I was: I wasn't waiting for someone. The knocking sound of the door was more constantly now than it had been 2 minutes ago. It was like someone had to talk to me and due to the knocking, it sounded important.


I was still there, I hadn't moved from where I was. Why would I? I just had to wait for him to give up and left; just as simple as that. 
But it wasn't that way: he continued to knock, more loudly than before, waiting and maybe hoping I would open the door. 

I didn't move, I repeat. The door was a few steps from where I was but I didn't want to open, I didn't want to know who was and what he wanted. I just didn't care.  I was all quiet so that he wouldn't listen I was there. It had been 10 minutes since the first knock touched my door and apparently, he was starting to give up. I tried to stay in silence than before so I could listen better but I only heard a sigh  and it sounded tired with disappointment and almost sadness. 
It finally left. I saw the black and kind of red shadow moving away from my door walking slowly, when he was leaving. I can tell by the footsteps he had the hope that I would open...  He wasn't behind my door anymore, he was gone.



                                                          *                                              *


I got to understand what and whom was some few days later: love was knocking my door. How couldn't I seen it before? Was my mind trying to ignore who was? Was I conscious that love was knocking? Part of me, knew it and knew that I had ignore it. 

Love was knocking my door and I hadn't open it. Love was trying to make me fall with him but I didn't want to. Love was standing there and I didn't care. Love was looking for me but I wasn't. 
And I don't blame myself, because maybe, in some way, I knew it was him but I didn't want anything to do with love... That kind of love. 

I know love will knock my door one of these days again. Maybe this time I'll open. 

jueves, 2 de febrero de 2012

El y ella, odio y amor


Él se levantó temprano para ir al baño, mientras ella aún dormía. De regreso, ella se despertó y lo miró con ojos de «qué haces despierto tan temprano» pero sin hablar. Él entendió y dijo: «Me sentía mal». Eran ya las siete de la mañana. Los dos se levantaron de la cama sin mirarse y se apuraron a vestir. Ella se fue a hacer el desayuno mientras él se sentaba en su silla afuera de la casa para leer el periódico mientras veía pasar a la gente que vivía por ese vecindario.


Siempre había quien lo saludara, ya que la mayoría sabía quién era y él, siempre contestaba el saludo.


Ella lo llamó a comer con un grito que a lo lejos, él alcanzó a escuchar. Los años le pasaban factura por su cuerpo al poder ver que ya le costaba caminar. Eso era todo un fastidio y toda una molestia por haber sido en un entonces, una persona muy activa y atlética. Aún así, con el dolor que sentía cada vez que se movía se levantó de la silla y caminó lento hasta el comedor donde lo esperaba su comida con la compañía de ella. En la mesa estaban servidos frijoles, pan, mantequilla, queso y plátanos. Ella comía pan y queso, porque decía «no querer perder su figura» mientras él comía lo que había más pan con mantequilla y a sus frijoles le gustaba ponerle aceite de oliva.
Comieron sin hablar y sin mirarse.

Eran las 4 de la tarde y él tenía hambre. Siempre tenía hambre y parecía no saciar nunca su paladar.
Ella estaba rezando su libro de «quince minutos» en la sala mientras que él estaba sentado afuera de la casa pensando en qué le gustaría comer. Él siempre estaba pensando y no hablaba mucho, a menos que alguien le preguntara diría algo; de lo contrario, no hablaría.
Ella era igual. Pero a los dos les gustaba hablar sobre sí mismos y contar sus anécdotas, sólo que no entre ellos. Entre ellos, no había ni una palabra de comunicación a menos que fueran las de comer y las cosas que se debían hacer en la casa. Nada más.

Eran pocas las conversaciones que tenían, eran pocas las miradas que se dirigían, eran pocas las risas que compartían, era poco el tiempo compartido. Los dos sabían que se querían y que se amaban. Mucho. Aunque no lo pareciera a veces, aunque no se lo dijeran lo sabían.
Tuvieron sus fallas en el pasado pero siempre se perdonaban. Se amaban, sin duda. Pero no les gustaba demostrarlo.
 

 

                                                             *                         *                       *
                                                       


Cenaron lo que podían cenar. Aún así, él seguía pensando en comida y pensaba en lo que le gustaría desayunar. Ella estaba rezando. Los dos en el corredor de esa solitaria casa donde existía eco de su comunicación, él estaba viendo pasar a la gente la cual a veces, los saludaban y ellos ni sabían o ni se acordaban de quienes eran gracias a que la memoria les fallaba al tratar de recordar. Sin saberlo, ellos siempre saludaban a quien los saludaba con un tono de voz ausente a falta de ánimos en su cuerpo y alma. Les hacía falta alegría.

Hacía un poco de viento y decidieron irse a la cama. Dormían en camas separadas pero en el mismo cuarto. La vejez, los dolores del cuerpo y las enfermedades fueron una vez visitantes en el paso de los años, respuesta a dormir de esa forma.
Nunca quisieron dormir solos y mejor optaron por estar separados pero dormir juntos.

Él se quedaba viendo al techo en las noches al acostarse en su fría cama mientras ella rezaba a la Virgen. Podían pasar de esa manera todas las noches: en silencio, escuchando el sonido de la respiración del otro en el mismo dormitorio sin decirse jamás un «te amo».
Lo más que se decían era un «buenas noches», con pronunciación a compromiso y hasta con un sabor algo rancio pero con pizcas de cariño.

Parte de su soledad eran sus hijos, ya todos adultos y con sus propias familias que se olvidaban de visitarlos y algunos hasta se olvidaron que existían.

Todos los días era la misma rutina: despertar, cambiarse, desayunar. ver pasar gente, almorzar, ver pasar gente, cenar, ver pasar gente, irse a la cama y dormir. Todos los días, misma rutina, sin cambios, sin palabras... Sin emociones y se podría decir, que hasta sin ganas de vivir. En los ojos de los dos, se podían ver lo infelices que estaban y lo tristes que eran. Habían llegado a un punto de desesperación que causaba que se detestaran por vivir de esa manera. Ya no podían hacer nada y ya no querían hacer nada.

Lo único que les hacía feliz y que les devolvía esperanzas, ganas de vivir eran sus bisnietos. Esperaban con muchas ansias la llegada de éstos. Ellos los hacían sentir especiales, queridos, importantes, héroes y sobre todo, amados. Se les llenaba tanto la mirada y el corazón que cambiaban sus caras largas y tristes, por caras alegres y sonrientes. Eran felices, verdaderamente felices cuando los veían.

Y, cuando la visita de ellos terminaba, sus ojos regresaban de nuevo a perder brillo, volvían a ser traslúcidos y llenos de melancolía mezclada con tristeza.
Se componían diciendose «ya regresarán» para sentirse bien. Les funcionaba.

Así pasó el tiempo y envejecieron más. Su historia de amor era conocida únicamente por sus hijos y ellos se la contaban a los suyos. No era muy usual que él o ella contaran como se habían conocido o cómo se habían enamorado, omitían esa parte de sus vidas. No les gustaba hablar de ellos como pareja y lo que siempre decían era «nos conocimos, nos hablamos y nos enamoramos. Ella era muy linda y él muy guapo». Sólo eso.
Sus hijos contaban la historia con detalles que ellos les agregaban para hacerla romántica, cosa que a él y a ella no les molestaba.





                                                              *                         *                       *


Tanto habían vivido juntos que hasta sabían lo que pensaban. Tanto habían vivido juntos que hasta se dejaban de hablar. Tanto habían vivido juntos que les aburría. Tanto se conocían que sabían cómo insultarse. Tanto se amaban que hasta se odiaban. Los dos sabían que se conocían más de lo que debían.

El odio había llegado a su corazón y lo aceptaban públicamente. Enfrente de sus hijos, nietos y bisnietos. Los dos concordaban en odiarse y se lo decían frente a frente con dolor que les salía del alma. Lo decían con lágrimas y gritos, lo repetían con despecho y rencor. Les dolía el corazón por odiarse tanto. Se odiaban porque se amaban, demasiado. Y lo sabían. Lo sabían muy bien, perfectamente sabían que se amaban.

Sólo él y ella podían amarse y odiarse al mismo tiempo.
Lo desarrollaban tan espléndidamente que sólo ellos podían lograrlo.

Les gustaba cantarse una canción, cuya letra era así:

Volver es empezar a tormentarnos,
a querernos para odiarnos
sin principio ni final
Nos hemos hecho tanto, tanto daño
que amar entre nosotros es martirio

Cariño como el nuestro es un castigo
Que se lleva en el alma hasta la muerte
Y mi suerte, necesita de tu suerte
y tú me necesitas mucho más

Por eso, no habrá nunca despedidas
ni paz habrá que consolarnos
Y el paso del dolor ha de encontrarnos
de rodillas en la vida
frente a frente y nada más



Su amor era tan grande que tenían que amar para odiarse y tan crudo pero dulce, muy en el fondo.

Su amor era amor. Amor que dura hasta la muerte, amor que soporta todo, amor que no cabe en cuerpo ni corazón, amor que se convierte en odio, amor que lo entrega todo, amor... Verdadero amor.

Amor como éste lo conocí una vez.
Amor como éste, pocos.

Él y ella tan diferentes, pero tan complementarios. Él y ella, par de locos enamorados que decían ser el amor de la vida del otro. Decían que no es amor, si no se odia; a lo cual yo respondo que se amaban, mucho, muchísimo. Más de lo que debían, más de lo que podían, más de lo que decían.

Eran una historia de amor.