viernes, 1 de noviembre de 2013

La historia que nunca conté

Mi papá siempre me dijo que mi apellido lo tenía por una razón y que el tiempo me diría cual era esa razón... Siempre me lo dijo, desde que estuve pequeño. Mi papá es mi mejor amigo y aquel que está conmigo incondicionalmente, no sé qué seria yo sin él. Tampoco sé cómo es que es capaz de poder aguantar tantas tristezas y aun así tener siempre una sonrisa en su rostro.

Cuando mi mama murió, recuerdo a mi papá triste y creo que esa ha sido la única vez que lo he visto así. Mis papás, ambos se amaban; Se amaban de verdad y no podían vivir el uno sin el otro, se desesperaban por estar juntos, por hacerse compañía, por verse... Y aun a pesar de los años vividos, siempre encontraban de qué hablar.

Mi papá evocaba a su Luz, que era el nombre de mi mamá. Recuerdo como él la lloró todo un año, día tras día, noche tras noche y como a la mañana siguiente, estaba sonriente haciendo el desayuno antes que yo me fuera al colegio. Nunca lo ví llorar, sin embargo lo oía; Nunca lo vi desconsolado, pero sentía que no encontraba un consuelo; Nunca lo vi triste pero sé que su corazón lo estaba.

Muy pocas veces hablamos de la muerte de mi mamá, la mayoría de veces hablábamos de cómo era ella en vida y preferíamos mantenerla en nuestra memoria.

A mí tampoco me gustaba pensar así de mi mamá... Pensar que ya no estaba conmigo porque para mí, sí lo estaba espiritualmente. Nunca hablé sobre mi mama con nadie más que no fuera mi papá y aunque en el colegio tenía amigos cercanos, sabían que aunque me preguntaran mil veces sobre cómo me sentía no diría como me encontraba realmente; Odiaba como todos me miraban y me decían “siento lo de tu mamá”, ¿cómo ellos podían saber que se sentía?!

Sólo éramos mi papá y yo, unidos por el dolor que los dos sentíamos.


*                         *                    *

Pasó el tiempo y luego de la partida de mi mamá, vinieron más penas: La casa estaba hipotecada y debíamos la hipoteca; Papá había perdido su trabajo por una demanda que había perdido la compañía donde trabajaba y yo me había graduado y quería empezar a estudiar en la universidad, pero... no teníamos dinero. Papá sólo tenía $900 en el banco y no teníamos como pagar la hipoteca y mi universidad.

Fue en esos días que conseguí un trabajo, ayudante de un canal de televisión. Ganaba $40 semanales pero aun así, no alcanzaba. Papá habló con el banco y negoció tres meses para poder pagar.

-Deberíamos de vender nuestras cosas...-Dijo papá.

-¿Cómo así? ¿Qué cosas papá? Pregunté.

-Ésto - y señaló el sillón donde estaba sentado.

-Papá y según tu criterio, ¿cuánto nos darían por ese viejo sillón?

-No lo sé pero algo es algo -dijo en una voz débil.

-Tengo un trabajo papá y si por algo te refieres, el dinero que yo gano ya es algo...

-Pero necesitamos más -dijo e hizo una pausa. Pensó y luego me dijo: “Vendamos todo esto”.

Me quedé viéndolo y me fijé que estaba hablando en serio, mi cara no lo podía creer. Papá me volvió a ver y enojado me dijo:

-¿O qué? ¿Qué acaso te importa tanto lo que vaya a decir la gente? ¿Te importa tanto lo que vayan a hablar los demás? Dime Sebastián, ¿te importa?

Me quedé en silencio y luego de pensar respondí:

 -...Pero papá, aun así vendamos lo que vendamos nos quedaremos sin nada y ni podremos recolectar el dinero que necesitamos.

-No lo haremos con esa actitud, Sebastián... No lo podremos hacer si sigues pensando en lo que diga la gente. ¿Qué no te he dicho yo que no te debe importar lo que los demás digan o piensen? ¿No te lo he dicho Sebastián? La gente siempre hablará, sea para bien o sea para mal pero, ¿qué importa si lo que haces es lo que tú quieres hacer? ¿Acaso no te he enseñado que de lo que piense la gente no se come?

-Hagámoslo pues, papá. Estamos juntos en esto. -Le dije y me pare a abrazarlo. Pude sentir como mi papá sonreía al abrazarle. Sabía que tenía razón.

Empezamos a vender nuestras cosas, poquito a poco hasta quedarnos con lo indispensable: La cocina, nuestras camas y ropa. Pensamos en quedarnos la refrigeradora pero sabíamos que era otro gasto. Lo que fuimos ganando, lo fuimos ahorrando para agregarlo a la cuenta del banco y de lo que yo ganaba en mi trabajo, servía para la comida. Cancelamos el cable porque no teníamos televisión y cancelamos la luz porque no teníamos ningún aparato eléctrico. No teníamos más, no necesitábamos más; Éramos solo mi papa y yo ahora, en una casa vacía de muebles pero que tenía a dos hombres con mucha guerra por delante.

Fue por aquel entonces que empecé a creer que la vida le estaba dando el significado a mi apellido, Guerra.

En tan solo un mes, habíamos vendido todo lo que teníamos y aun así, el dinero no era suficiente. Pensé en prestar dinero a algún amigo pero, ¿quién me prestaría $50 mil? Y peor aún, ¿cómo regresaría yo ese dinero prestado? Descarté esa opción. Pensé también en algún amigo de papa que pudiera hacer lo mismo pero sabía que no tendríamos como pagarlo después. Cuando teníamos un mes y medio todavía para arreglárnoslas, a papá lo encontró la desesperación.

-¿Tienes miedo? -Me pregunto a penas había entrado a la casa cuando venía del trabajo.

-¿Miedo de que, papá?

-Miedo... Sólo miedo -dijo mirando al vacío.

-¿Tú tienes miedo? -Pregunté cuidadosamente.

Papá seguía viendo al vacío y pareció no haberme escuchado. Me acerqué y le volví a preguntar:

-Papá, ¿tienes miedo?

-Por primera vez en mi vida....

-¿Tienes miedo por primera vez en tu vida, papá? -Traté de que sonara gracioso pero me fijé que papá lo estaba diciendo en serio. Por lo que volví a preguntar:

-Y… ¿de qué tienes miedo por primera vez en tu vida, papá?

Dejó de ver al vacío y me volvió a ver. Su mirada era fuerte pero reflejaba que quería llorar.

-Tengo miedo de no ser un buen papá para ti, Sebastián. ¡Tengo miedo de no poder darte una buena vida, tengo miedo de no poder mandarte a la universidad, tengo miedo de no poder juntar el dinero que necesitamos, que necesito! ¡Tengo miedo de dejarte con deudas cuando yo muera, tengo miedo de que vivamos contando el dinero! Tengo miedo de no ser lo sufriente para ti, miedo de no ser lo suficientemente buen padre. ¡Tengo miedo de no que no puedas estudiar, tengo miedo que seas igual a mí!... -Sé que tenía más por decir, más por gritar pero no pudo porque su llanto interrumpió con su voz y ésta se quebró. Me acerqué para abrazarlo. Era la primera vez que veía a mi papá llorar. Nos quedamos abrazados un largo momento... Cuando mi papá al fin se calmó y ya podía hablar, dijo sin escrúpulos y sin duda alguna:

-Y… ¿si vendo un riñón?

No supe qué decir porque mi mente se quedó en blanco cuando lo dijo. Papá se fijó que yo estaba congelado.

-Sí, Sebastián. No te hagas, sabes lo que escuchaste. ¿Y si vendo un riñón? Piénsalo. Es la mejor solución... -Justo cuando dijo eso, me apresure a cortarlo.

-No digas que es la mejor solución porque no lo es… No, papá, hay otras soluciones que también pueden ser mejores. No digas eso, por favor.

-¿Por favor qué? Bien sabes que esa es la mejor solución, vender un riñón.

-¡No, papá! ¡No! ¡No es necesario! –No podía creer como mi papá podía  conservar la calma y estar tan sereno diciendo que vendería un riñón como si fuera una “cosa más” por vender. 

-Escúchame Sebastián, sí es necesario. Necesito, tengo que hacerlo... Por ti.

Mi nivel de enojo subió cuando mencionó que era por mí:
-¡Sea por quien sea, no tienes que hacerlo… y, mucho menos si es por mí! ¿Cómo vas a vivir solo con  un riñón,  papá? ¡¿Cómo?! -En ese instante, mis emociones ya no pudieron resistirse a llorar. Mi papa se acercó para abrazarme y aun estando sereno, como si no le afectara el verme llorar me dijo:

-No me dejes solo en ésto, hijo. Hazlo conmigo. Sé que es una decisión desesperada pero medidas extremas, necesitan soluciones extremas… Tú y yo sabemos que sí se puede vivir con un riñón. Bien lo sabes, Sebastián. –Respiró profundo y con los ojos llorosos, me dijo:

-Necesito hacerlo, por ti. 

En menos de una semana, conseguimos información sobre la compra y venta de órganos por internet. Los precios variaban por país y también por edad: En EE.UU. un riñón costaba $262,000, que por cierto, era el país donde más dinero valía mientras que en Europa, el valor era de $120, 000 pero esos “precios” eran por personas jóvenes, entre los 18 y 30 años; La edad de mi papá era 46, por lo que el precio de su riñón disminuía. Me aseguré si en verdad el poder vivir con un riñón era posible y el resultado de tantas páginas de búsqueda fue un sí. Supimos también, mientras navegábamos la extensa web que vender y comprar órganos era ilegal pero eso no detuvo a papá por más que le enumere y trate de convencer sobre los peligros y riesgos de hacerlo; él estaba decidido. Es impresionante cuantos resultados obtuvimos de la venta de órganos y así también, era increíble cuantas personas vendían también su riñón para pagar sus cuentas. “Ves que no soy el único”, me decía riendo papá.


*                         *                    *

Pudimos subir un anuncio en una página web que se encargaba de vender órganos pero tuvimos que fijar un valor: “Vendo riñón a $60,000. 46 años, sano, con deudas por pagar y dispuesto a realizar los exámenes que sean necesarios”. Ahora era sólo de esperar.

No podía creer que teníamos respuestas tan rápido: al día siguiente teníamos a 5 personas interesadas en comprar el riñón de papá. Carlos, mi papá se reía al saber la respuesta de la gente. Yo me encargué de hablar por teléfono con los comprantes y dos de ellos, querían negociar el precio a $40,000 y otro a $25,000 por lo que me negué. Me sentía tan mal negociando y hablando de vender el riñón de mi papá pero sabía que él no podría; aun riendo, sabía que lo hacía para no llorar. Así era mi papá, prefería reír que llorar.
El tercer llamado fue con una señora que necesitaba comprar el riñón para su esposo, el cual había tenido un accidente de avión en el que casi moría y estaba dispuesta a pagar la cantidad que pedíamos. El único contra era que teníamos que viajar a Panamá porque ahí sería la operación y ese viaje saldría de los 60 mil que costaba el riñón; la operación no sería pagada por nosotros. Mi papá estuvo de acuerdo con esa oferta y yo, me encargué de decirle a Sarah, la esposa compradora del riñón que aceptábamos. Estuve tres días planeando el viaje a Panamá y en esos tres días, me aseguré que todo saliera bien y que podía confiar en Sarah  Carvajal, por lo que ella me lo confirmó: Me mandó información sobre ella y su familia, que era una familia conocida en Panamá por las acciones de buenas raíces que tenían y de las cuales eran dueños en su país. Al cuarto día, viajamos a Panamá.
 
No sé quién estaba más nervioso, si mi papá o yo. Creo que mi papá pero el trataba de ocultarlo mientras que yo lo hacía obvio. Todavía no estaba preparado (y, creo que nunca lo estaré) para quedarme sin papá. Traté de no seguir pensando en la muerte y preferí ver el camino que recorríamos en el carro. Mi papá se fijó en mi tristeza:
 
-No tienes por qué estar triste, Sebastián… No es como si me fuera a morir o algo. –Dijo con una risa.
 
-No… pero puede pasar algo durante la operación… no sé, digo quién sabe, papá.
 
-Pues, roguemos que no sea así. –Concluyó sonriendo.
 
Llegamos al hospital donde harían la operación. Sarah Carvajal nos estaba esperando justo en la entrada. Empezamos a caminar mientras que ella nos decía que no había porqué preocuparse, ya que el doctor que realizaría la operación era amigo de la familia y a pesar que sabía sobre la ilegalidad de la compra y venta de órganos, conocía el riesgo que corría de morir el esposo de Sarah. No sé por qué razón pero me pareció confiable y en ese momento, supe que todo estaría bien. Nos dirigimos al cuarto donde se encontraba su esposo, Miguel Carvajal y dejamos que mi papá y él, hablaran. Sarah y yo salimos del cuarto, ella no pudo contenerse más el llanto y con voz cortada por el nudo en la garganta que hace ahogarnos entre palabras, logró decirme: “Gracias… No se imaginan cuanto es esto para nosotros, para mí. No sé qué sería yo sin mi esposo, gracias.” Dejé que llorara y por alguna razón, socorrí a abrazarla. Ella estaba muerta en llanto y creo que no lloraba sólo porque no perdería a su esposo, sino también porque iba a tenerlo de nuevo a su lado. Mi papá salió de la habitación y Sarah se compuso inmediatamente, dejando de llorar. Nos dijo que bajáramos, que nos estaba esperando un carro para llevarnos al hotel y que ahí sería donde nos quedaríamos. Me entregó un celular y me dijo que se estaría comunicando conmigo, le agradeció a papá y las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos. Papá trató de calmarla y ella lo cortó diciéndole que ya era tarde y que debíamos irnos a descansar, porque a la mañana siguiente sería la operación.
Así fue. Era la mañana siguiente y había llegado el día. No pude dormir bien esa noche y a pesar que traté de hablar con papá para que cambiara de opinión, la única respuesta que obtuve fue: “Ya no es solo por ti, Sebastián. ¿No viste a esa mujer feliz de volver a tener sano a su esposo? Ahora son dos causas mayores, hijo: Mis cuentas y la felicidad ajena.”
Llegamos al hospital en el carro que Sarah Carvajal había mandado por nosotros. “Ni un minuto más ni un minuto menos”, pensé. Sarah y yo habíamos acordado el pago del riñón y decidimos que la primera mitad debía ser antes de la operación y la otra mitad, al día siguiente de la operación. A las 8:15, me pagó $30 mil en efectivo contándolo ella misma enfrente de mí. “Es mejor que el dinero esté justo donde se pueda ver: en efectivo y en las manos”, dijo riendo cuando terminó de contar. Logré hablar con mi papá y fue ahí que me dijo que tenía miedo, pero que sabía que estaba haciendo algo bueno. No quiero decir que me despedí porque no me gustan las despedidas, pero creo que el “te amo” que los dos nos dijimos fue más que una despedida.
 
Dos horas después, a las 10:15, mi papá y Miguel Carvajal entraron a operación. Sentí eternas las seis horas que esperé pero así estaba también Sarah. Ella y yo tratábamos de darnos animos, el uno al otro para quitarnos esos pensamientos negativos que inundaban la mente de cada uno.
Era un cuarto a las cinco de la tarde cuando el doctor Valencia nos confirmó que todo estaba en orden: la operación había sido un éxito. Mi papá y Miguel Carvajal estaban respirando y necesitaban descansar. Moría por hablar con mi papá pero sabía que tenía que esperar otro poco para hacerlo. Justo a las ocho de la noche, ya me encontraba abrazando a mi papá y llorando de felicidad al ver que nada le había pasado. “Te dije que todo saldría bien, Sebastián…. Te lo dije”. Me preguntó si ya teníamos el dinero y le respondí que la mitad, porque la otra mitad me la darían mañana. “Ahora ya voy a poder estar a gusto: no te dejaré ninguna deuda”, me dijo sonriendo y los dos empezamos a reír. Nos pusimos a hablar sobre cosas sin importancia alguna y empezamos a contarnos chistes. Aun sin un riñón, mi papá seguía siendo el mismo.
 
Me quedé dormido y una enfermera me despertó a la mañana siguiente. Mi papá estaba en la cama del hospital durmiendo todavía.
 
-¿No se ha despertado mientras he estado aquí? –le pregunté a la enfermera a lo que ella me contestó que no y agregó sonriendo:
-Su papá es un hombre muy valiente. Tiene mucha suerte de tenerlo, cuídelo.
 
Salí del cuarto para ir a desayunar en la cafetería del hospital. Eran las 7:32 am del día siguiente a la operación y a esa hora, sonó el celular que me había dado Sarah Carvajal. Le dije que estaba en la cafetería y después de un par de minutos, ella llegó. Fue hasta ese momento que me fijé en lo bonita que era, porque llevaba puesta una sonrisa de oreja a oreja y los ojos le brillaban como nunca. Me contó que su esposo estaba bien y preguntó por mi papá, la respuesta fue la misma también. Luego de una hora hablando, apareció su abogado y fue él quien me terminó de pagar la otra mitad del dinero, eran $28 mil ya que se había recortado lo del viaje. El abogado estaba feliz también y Sarah Carvajal no cabía de la emoción, porque no dejaba de decirme cuanto lo agradecía.
-Muchísimas gracias, no sabes que felicidad siento… Gracias, de verdad: Gracias.
Terminamos de hablar y subí al cuarto donde se encontraba mi papá todavía durmiendo. Estaba otra enfermera suministrando sangre y fue a ella quien le pregunté que cuando darían de alta a mi papá, su respuesta fue que dentro de dos días. “Dos días y podremos regresar a casa”, pensé. Como si mi papá hubiera podido saber lo que había pensado, despertó diciendo que en dos días regresábamos. La enfermera le dijo que si y papá sonrió.
 
*                         *                    *
 
Luego de una semana en Panamá, regresamos a casa. Todavía no podía creer que todo había salido más que bien y que nada malo había pasado. A penas dormí esa noche que regresé a casa, pensando en cómo nos había ido todo y como ahora contábamos con el dinero para pagar la hipoteca, y quien sabe hasta para empezar a estudiar en la universidad.
A la mañana siguiente, me dirigí al banco a pagar la hipoteca mientras papá seguía descansado en casa, no tenía que caminar para que los puntos se cerraran. Todavía faltaban tres días para que se terminara el plazo de pago. Llevé los $40 mil que eran de la hipoteca, firmé los papeles necesarios y listo: Papá estaba libre de deudas. Hubo sólo una señorita del banco que fue la única en preguntarme como habíamos conseguido el dinero y sin titubeo alguno, le respondí que mi papá había vendido su riñón. Ella se quedó perpleja y no dijo más.
Mientras iba de camino a casa, pensé en tantas cosas a la vez que ya ni sabía cómo sentirme: Estaba más que feliz pero también preocupado por mi papá. “No estamos solos, por lo menos”, me dije. “Mi papá está conmigo”. Llevaba una gran sonrisa cuando entré casi saltando de la emoción a la casa. Grité “¡papá, papá, papá!” pero no tuve respuesta alguna. Pensé que a lo mejor seguía dormido hasta que entré al cuarto y me di cuenta que no estaba respirando. Las lágrimas llenas de desesperación empezaron a salir de mis ojos preguntándome que debía de hacer, gritando por ayuda, sin poder hacer nada: Ya no tenía pulso. Sentí como el cielo se me vino abajo y como de un momento a otro, me encontraba en el infierno. Estaba yo solo en esa casa, que ya no era un hogar porque mi papá no estaba; me sentí vacío y sin esperanza, lleno de tristeza y cólera. Justo cuando me sentí atrapado en mi dolor, me fijé en una página que estaba botada en el suelo y sin emoción alguna, la recogí: Era un cheque firmado por Miguel Carvajal por $20,000 para estudiar en la Universidad Nacional de Panamá. Junto al cheque estaba una hoja escrita con la letra de mi papá en la que decía: “Sé el hombre que yo nunca fui. Te amo, hijo”.