Mi país tiene 21.041 km² y un poco más (¿o menos?) de seis millones de salvadoreños viviendo en él. De esa extensión territorial había 230,000 manzanas cultivadas de café, las cuales después de la roya, solo sobreviven unas 180,000 mz según las estadísticas de la Fundación Salvadoreña para la Investigación del Café (PROCAFE) en su página web. Pero, ¿Cuántos de los salvadoreños conocen realmente, cómo se cultiva el café y cuál es su proceso? ¿Cuántos saben lo que produce El Salvador?
Es una pena que pocos sepan la respuesta y que la gran mayoría no pueda explicar cómo es la producción del café, desde que el cultivo es “concha” o plántula hasta que llega a la taza listo para beber. Es una pena no darle la importancia que debe tener porque el país produce café en calidad y a la vez, es un halago que los extranjeros, movidos por no solo por la calidad del cultivo sino también por la calidez de los salvadoreños, reconozcan su valor y quieran invertir en la siembra del café.
Entonces, ¿quién le enseña al salvadoreño sobre lo que cultiva? Desde que he estado pequeña y me recuerdo, mi papá me ha enseñado el amor por el campo. He crecido entre caminos verdes, polvo, olor a tierra mojada y sudor; he conocido el empeño que se pone a la hora de sembrar y la preocupación de que lo sembrado rinda frutos. He conocido la incertidumbre de esperar y he puesto esperanza en lo sembrado. Sé de su valor porque he vivido y comido de lo sembrado y no hay emoción ni orgullo que se le compare.
Veo a mi generación y me inquieta el desinterés hacia lo que produce, lo que genera, lo que hace su país. Me inquieta que mi generación guste del café pero prefiera “nombre/marca/moda” sobre calidad. Me inquieta que mi generación guste del café pero no sepa su proceso, el encanto que implica. Me inquieta que mi país sea de los que mejor calidad de café tenga y no se le apueste a la caficultura.
El país necesita gente que ponga pasión y esmero en lo que hace, gente que quiera aprender y valore la tierra y sus beneficios. El país necesita gente que te enseñe a amar lo que haces, conocer de dónde vienes para saber hacia dónde quieres ir.
No me imagino un El Salvador sin café, sin agricultura; no me imagino a mi país sin áreas verdes, viveros ni huertos. Sueño con que mi país destaque por todo lo bueno que tiene a pesar de lo reducido que es y aún así, de lo mucho que le sobra. Sin embargo, sé que falta: Falta para llegar a ver mi país desarrollando toda la capacidad que tiene y puede. Lo ha hecho en el siglo pasado y soy optimista en que volverá a ser El Salvador que asombró al mundo por su crecimiento, por su progreso.
O quizás pueda que no, que sea un El Salvador diferente pero mucho mejor: uno que sí tenga amor, conciencia e interés por lo que hace y tiene su país.
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