«...Y, se quedó conmigo aún cuando le di más de mil razones para irse».
Acostada, pensativa y escribiendo la encontré. Me vio entrar, me levantó la mirada y me acerqué a ella apartando la libreta en la que escribía. La abracé. Sin decirle nada diciéndole todo.
Ella se dejó, me abrazó y me volvió a mirar. La besé. Ella sonrió y la abracé apretándola hacia mí; yo le sonreí.
—Gracias. -Me dijo.
Ella sonrío, no sé si para mí o para sí misma y me dio un beso.
Ahí, exactamente en ese instante entendí que ella era para mí; que no se iría, que se quedaría por siempre: Comprendí que la amaba.
La miré nuevamente y me sonrió como si fuera la primera vez.
Yo sonreí mucho más.
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